domingo, 18 de diciembre de 2011

Yo no quiero ser clavo, sino conversador y prostituta...

Y que el cuento se ha acabado, me dicen, cuando aún no he comenzado a escribir este momento donde mis manos se volvieron expertas y mis palabras completas. Un colorín colorado de invierno, de Rudolph lamiendo la sangre, el reno, y dejando su nariz roja como la nieve en otoño.

Ese otoño tan frío, tan malo para el barniz que le daba a mi mente para que no huyeran los colores.

Y en un reino muy lejano, de cuyo nombre no quiero acordarme, bailaba, entre las flores, muy digno caballero de cabeza en ristre y únicamente armado con los lamentos de sus amores. Unos pastores se reían de su ignorancia, su inocencia y su falta de gracia; y es que, en general, era un iluso, y no le acuso por su falta de experiencia, pues su excelencia es una zorra de las que cambian carne por vino y joyas (podría, siguiendo el tema, hacer una rima desagradable, pero sólo diré que residía en Chachapoyas).

Por suerte hay más mujeres-dijo el caballero borracho-y hay muchas, más perfectas, con un sólo verbo en pasado; mujeres que tienen como presente sueños desenfrenados,no saben lo que dicen o lo que escriben (si es que escriben algo).

Prefiero las mujeres de bombilla, que sobre un cielo cuadrado, observan y mueven sus fichas y se quejan si les como el caballo. También hay hombres buenos sobre ese cielo cuadrado, aunque soy idiota, no disfruto de su compañía porque odio lo que soy, lo que tengo y sus manos.

Pero volvamos a esas mujeres que, por suerte, no son pocas, mujeres de parque y camino y amistad entre copas. Mujeres que sólo con palabras te hacen llegar al orgasmo, mujeres que no necesitan que sus ropajes sean caros, mujeres que nunca hacen uso del engaño.

Mujeres, que al observar su individual figura; sean feas o guapas, famélicas o bellas; sólo ves en ellas una mente hermosa.

Y había un pobre burgués perdido un el interior de una choza, clavando el tejado a clavos sin echar en falta mozo, moza o esposa. Intentando desclavar un clavo martilleando con fuerza otro. Y así, en ruta, pensó: Yo no quiero ser clavo, sino conversador y prostituta.

El caballero entró en la choza, se sirvieron un buen vino y se pusieron a divagar los dos inquilinos; sobre política, sobre poesía, sobre algún escrito, sobre lo absurdo de este mundo y sobre ese vino. Se releyeron las mentes y se hicieron un extraño. Salieron al mundo a vivir esos engaños, que nos enseñan día a día, que no son malos aunque nunca acaben de atar cabos.

Y buscamos la irracionalidad porque es lo que mejor entendemos. Cantando cada noche y aún nos comprendemos; aunque no nos oigamos, aunque no nos encontremos, aunque sólo cante a la Luna pues es la única dama que me escucha, deseando mostrarme sus encantos y ahogarnos en la locura.

Pero nos ahogaremos en silencio para que el Sol no se despierte, para no perder tus ojos cuando acuda a tu frente. Y así, en silencio, tatuaré mis versos dementes en tu piel de porcelana, en esos hombros que me pierden, en tu dulce boca deseada.

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